Más de 500 corredores atravesaron el 23 de febrero 42 kilómetros de desierto argelino en el IX Sahara Maratón, una carrera solidaria que recuerda al mundo los 34 años de exilio saharaui. La navarra Maitane Chueca ganó la prueba femenina y el doble campeón del mundo Martín Fiz llegó noveno
El 27 de febrero, en el destartalado y polvoriento puesto aduanero del aeropuerto militar de Tindouf, un policía argelino se reía de la navarra Maitane Chueca al escuchar las explicaciones de por qué llevaba una enorme piedra en la maleta. El agente vacilaba a la navarra: le sonaba a ciencia ficción que esta delgada mujer de pelo revuelto fuese la campeona de un maratón solidario celebrado en las entrañas del Sáhara, entre los campamentos de refugiados saharauis.
Y más, que una rosa del desierto –una roca esculpida por los arañazos del viento sahariano- y una medalla fabricada con latas de conserva aplastadas fuese el premio de Maitane.
Lo cierto es que quedó primera en la clasificación femenina del primer maratón que ha corrido en su vida, el Sahara Maratón 2009. Fue la primera mujer en alcanzar la meta tras 42 agónicos kilómetros en mitad del desierto argelino. Uniendo con sus pasos los campamentos de refugiados saharauis de El Aaioún, Ausserd y Smara (que reproducen los nombres de las ciudades del Sáhara Occidental, "el Sáhara de verdad" que dicen ellos, abandonado por España y ocupado por Marruecos en 1976).
Junto a Maitane, cerca de 500 corredores de más de 20 nacionalidades diferentes han sudado en esta carrera solidaria celebrada el pasado 23 de febrero que persigue la meta de recaudar fondos y ayuda humanitaria para los refugiados. Y sobre todo, recordar al mundo el exilio de este pueblo: 200.000 saharauis continúan, después de 34 años, viviendo en una esquina del cuadriculado mapa africano prestada por Argelia en mitad de la hamada, un desierto que lejos de las dunas y los oasis es una descomunal extensión plana, achicharrada, vacía, baldía y pedregosa. El Sahara Maratón discurre por ese paisaje ocre y marciano desde hace nueve años organizado por dos asociaciones, una española y otra italiana, y medio centenar de voluntarios.
Es el maratón solidario más importante del mundo y cada año se inscriben más corredores pese a la extrema dureza de la prueba: en el año 2005 una densa tormenta de arena barrió el recorrido impidiendo ver más allá de un palmo y cinco corredores caminaron perdidos por el desierto. No fueron localizados hasta poco antes del anochecer. No obstante, para muchos la carrera es lo de menos. A la campeona, Maitane, por ejemplo conocer la marca que había hecho casi hasta le molestaba: "Me da bastante rabia que lo primero que me preguntarán muchos en casa será qué tiempo he hecho o cómo he quedado, cuando es lo que menos me importa. Durante el maratón ni miré al reloj, fui a mi ritmo, ni siquiera sabía si terminaría la prueba".
"La carrera al final se ha convertido en una anécdota, pese a que la sensación de correr en mitad de la nada es increíble, al final uno vuelve más impresionado por cómo vive esta gente", señala el guipuzcoano Gorka Lasa. "Esto engancha", confesaba su amigo Tomás Arruti. La prueba es que muchos de los que vienen un año repiten y cada año se inscriben más corredores en las pruebas más cortas (media maratón, 5 km y 10 km).
Una semana de convivencia con familias saharauis, dejarse cubrir de arena hasta las cejas, perder la noción del tiempo y preparar una carrera a base de cus-cus con carne de camello parecen más que suficiente recompensa para el doble campeón del mundo, Martín Fiz. El alavés partía como favorito en la carrera pero ya advirtió antes de salir que "estaba tocado". Una lesión ciática que ya traía de casa le hizo quedarse rezagado y le provocó dolores durante la prueba. "En cualquier otra carrera habría abandonado, pero esto era diferente, tenía que llegar a meta", narra el atleta vitoriano que entró noveno con la bandera de la República Democrática Árabe Saharaui. Por delante estaba el murciano Emilio Pérez que quedó tercero y el resto del podio fue conquistado por atletas argelinos, como el campeón absoluto Zaian Abderramán. "El sufrimiento que padezcamos nosotros durante unas horas no es nada comparado con el del pueblo saharaui", decía convencido Fiz que se reconocía impresionado por la hospitalidad de los refugiados.
La extrema humildad y hospitalidad de los saharauis hizo que el mismo local donde se habían repartido los dorsales por la tarde, había servido por la mañana para recibir al nuevo delegado especial de las Naciones Unidas para el Sáhara Occidental, el norteamericano Christopher Ross, en su reunión con las autoridades locales en busca de una solución al conflicto.
De premio, turbantes y medallas enlatadasPese a que los campamentos se parecen cada vez más a ciudades y han conseguido ser la única nación africana con el 100% de escolarización masculina y femenina, la mayoría de la gente trabaja como voluntaria o no trabaja. Salvo beber té o trabajar en las escuelas, hospitales o en el ejército no hay mucho más que hacer.
De hecho, no hay nada que hacer. En este caso, las mujeres de Dajla son la clase emprendedora saharaui, ellas han iniciado diferentes cooperativas y pequeños talleres. Y el medio millar de turbantes con el logotipo del maratón que se han regalado a los participantes han sido cosidos por las mujeres de este campamento. "Para muchas familias este dinero de las mujeres es el único que entra en casa", asegura Maimuna Bubakar, directora de la escuela de Mujeres de Djala.
"Pero el trabajo sólo dura unos meses o muchas veces las ONGs no le dan continuidad a nuestros productos", lamenta Maimuna. "Después de 34 años deberíamos tener hasta fábricas, pero como todo es provisional y no vivimos en nuestra tierra, no podemos", afirma Omar un joven de Djala que ha fundado un pequeño taller de carpintería.
"Una nación como la nuestra no puede vivir de la mendicidad, el dinero viene del sudor del trabajo y no de la ayuda", dice enérgicamente Buyema Fateh "Castro", encargado de un centro de educación especial en Smara. Pero la realidad es que hasta hace unos años ni siquiera existían billetes en los campamentos de refugiados. Y hoy día, las familias saharauis viven con la ayuda que reciben cada mes: tres kilos de harina, uno de arroz y otros tantos de cebollas, nabos, lentejas y aceite. No hay extrema pobreza pero hay extrema paciencia y austeridad: tres décadas sentados en el desierto. Esperando. "Hay que recordar que la gente que fundó estos campamentos salió un día de casa corriendo con una camisa y lo que llevaba en los bolsillos", asegura Mohamed Embatek, profesor de primaria.
Además de los turbantes, el maratón inició hace tres años un laboratorio de creación de medallas. En un pequeño taller se reutilizan latas de refresco o conservas, se limpian y aplastan con una plancha y se sellan con el dibujo conveniente. Todos los participantes recibieron la suya, pero lo más interesante es que organizadores de otros eventos deportivos en Italia o Alemania han comenzado a encargar medallas a los saharauis. Con lo recaudado otros años con la inscripción de los corredores se construyeron granjas de camellos y se levantó un centro deportivo. Además el avión que partió desde Madrid con los corredores fue cargado de medicinas y material escolar.
La necesidad de un maratón"Pero, ¿quién se acordará de nosotros cuando no haya maratones ni nada, cuándo no venga nadie aquí?", preguntaba con extrema lucidez Ghalia, una joven saharaui de 20 años, minutos después del pistoletazo de salida en El Aaiún. La sueca Berit Dahlströn, el holandés Koen Roovers y el británico Pete Buckenham que también corrieron el maratón reconocían que en sus países –y ellos mismos hasta hace poco-- apenas se conoce nada sobre la situación de los refugiados saharauis. Los dos primeros trabajan como asistentes en el Parlamento europeo. Dicen que vuelven con tarea para Bruselas.
La secretaria general del campamento de Smara aseguró a los corredores que "con su presencia estaban garantizando un futuro mejor a este pueblo. Contribuyendo a que no se olvide". Pero el maratón rescata un día al año del olvido a los saharauis. Los demás días Mohamed Embatek o Mahafud Nahnah, profesores de escuelas primarias, se encargan de recordar a sus alumnos que el Sáhara Occidental, su país, limita al oeste con el océano Atlántico y no un muro plagado de minas que levantó Marruecos en el desierto. Y Maitane Chueca terminó el maratón en 4 horas y 6 minutos.
Daniel Burgui Iguzkiza Tindouf (Argelia). Servicio especial 07/03/2009
http://www.lavanguardia.es/
Fotografia
La navarra Maitane Chueca ganó la prueba femenina y el doble campeón del mundo Martín Fiz llegó noveno / Sahara Maratón
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